Nuestra Patrona Santa María

Nuestra Señora del Monte Carmelo:

La presencia maternal de María en la historia de salvación

Entre las diversas manifestaciones de amor que la Madre de Dios ha tenido con sus hijos a lo largo de la historia, los cristianos invocamos con especial cariño a Nuestra Señora del Carmen, cuya presencia es evocada en la Sagrada Escritura ya desde el Antiguo Testamento. Así aquella que encarnó la Palabra en su Seno se muestra como punto de encuentro entre los tiempos de la Antigua Alianza y el tiempo de la Redención en Cristo.

El monte Carmelo toma su nombre del hebreo Har ha'Karmel (הר הכרמל), que significa “Jardín de Dios”. Son numerosas las referencias que se hace en la Biblia a este lugar, situado en Israel frente al Mar Mediterráneo. Allí el profeta Elías en varias ocasiones dirigió su oración a Dios y habitaba ahí en una cueva que permanece hasta nuestros días. Pero la relación particular de este monte con la Santísima Virgen la podemos encontrar en el primer libro de Reyes, ya que fue escenario de la disputa del profeta Elías con los profetas del falso dios Baal.


Vista panorámica del santuario Stella Maris de la Virgen del Carmen en Haifa, Monte Carmelo en Israel.
Nos narra la Escritura que el profeta anunció una gran sequía en la región como reprensión al pueblo de Israel que se inclinaban a adorar a este ídolo fenicio. Después de tres años se reunieron en el monte Carmelo el rey Acab con su pueblo y los falsos sacerdotes de Baal, en ese momento con la ofrenda de un sacrificio, Elías consiguió la manifestación de Yahweh el Señor Dios Verdadero, humillando al ídolo, resultando que los presentes reconocieran su poderío. A causa de esto, Elías suplicó al Señor que enviara lluvia para abatir aquella terrible sequía, fue entonces cuando recibió la respuesta del Cielo:
“Cuando volvió la séptima vez al monte Carmelo, se elevaba desde el mar una nubecita no más grande que la palma de la mano” (1 Rey 18, 44).

Con este signo, se sobrevino una refrescante lluvia sobre la región y desde aquel momento se consideraría como un lugar sagrado. Esta nubecita que trajo la lluvia reparadora, es considerada como un preanuncio de la Salvación en el Antiguo Testamento y se ha relacionado con la Santísima Virgen María, pues, como la “nube del Nuevo Testamento” ella es la portadora y fuente de la Gracia que es Cristo. Así lo cree y lo canta la Iglesia en la liturgia del Adviento, cuando hace eco de la expresión del profeta Isaías 45, 8: “Que los cielos manden de lo alto, como lluvia, y las nubes descarguen al Justo. Que se abra la tierra y produzca su fruto, que es la salvación”.

Ya desde mucho antes de la venida de Jesucristo, se había establecido en el monte Carmelo una comunidad de fieles que se preparaba para la manifestación del Mesías, y ya en la era cristiana, a partir del siglo IV, muchos cristianos se retiraron a vivir en las cuevas de la montaña un espíritu de austeridad y penitencia. Cerca del siglo XII, un grupo de cruzados latinos se consagraron a vivir allí imitando a la Virgen María, y construyendo una capilla en su honor e invocándole como como Mater et Decor Carmeli (Madre y hermosura del Carmelo), tomaron el nombre de "Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.


La Virgen del Carmen entrega el escapulario a San Simón Stock, Ignacio Ayala Rodríguez, 1793.


Para el año del Señor 1207 en el siglo XIII, el Patriarca Latino de Jerusalén san Alberto Avogadro, que era el representante papal en la Tierra Santa, pidió a esta comunidad recogida en el monte que establecieran un estilo de vida, y escribió para ellos una regla de vida, que fue concretada y respaldada por el papa Honorio III y luego por el papa Inocencio IV, dando origen a la orden religiosa de los Carmelitas.

A pesar de su retiro para la oración y el trabajo, los carmelitas no siempre vivieron en un clima de paz. En este mismo siglo XIII los musulmanes emprendieron una lucha contra aquellas comunidades, algunos carmelitas lograron huir a Europa, mientras otros muchos murieron masacrados en manos de los sarracenos.

Ya difundidos en tierras europeas no encontraron cobijo por ser una orden naciente, y en medio de tantas persecuciones y rechazos, el superior de los carmelitas de origen inglés San Simón Stock, rogaba incesantemente a la Señora de su orden, la Madre del Carmelo, que les asistiera ante aquellas pruebas y constantemente se dirigía a ella con esta oración: “Flor del Carmelo, Viña florida, Esplendor del cielo, Virgen singular. ¡Oh, Madre amable! Mujer sin mancilla, muéstrate propicia con los carmelitas, Estrella del mar”.

Muchos les sugerían a los carmelitas que buscaran el favor de un señor feudal, algún hombre poderoso que los patrocinara. Pero ellos siguieron esperando el auxilio del cielo, pues no querían pertenencia a lo temporal.

En la Edad Media, en la Europa feudal, la gente disponía de poca ropa, usualmente una túnica que se acompañaba de una especie de gran delantal para los trabajos, a esta prenda se le llamaba “escapulario” porque caía desde las escápulas (los hombros) cubriendo el pecho y la espalda. Se tenía la costumbre de que estas prendas de los siervos tuvieran un color distintivo de su patrón como signo de pertenencia, pero los carmelitas que se negaban a tener otro señor que no fuera la Madre del Monte Carmelo, asumieron en su hábito y escapulario el color pardo o marrón, que es el color de la lana de oveja sin teñir, propio de los ropajes de los pobres y desprotegidos.

Entonces corría el 16 de julio del año del Señor 1251 cuando la Serenísima Reina del Carmen, atendiendo los ruegos de sus hijos huérfanos en la tierra y perseguidos, obra un prodigio, se aparece en Londres a San Simón, en una visión gloriosa rodeada de coros angélicos y con el Niño Jesús en brazos, vistiendo el hábito de los carmelitas, y, desprendiéndose de su escapulario, se lo entrega al anciano superior San Simón, diciéndole: “Recibe hijo mío este Escapulario de tu orden, que será de hoy en adelante señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los que lo vistan. Quien muriese con él, no padecerá el fuego eterno. Es una señal de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y del alma, alianza de paz y pacto sempiterno”.

En el siglo XVI Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, reformó la orden del Carmelo descalzo, reimpulsando el espíritu de la regla original de oración y clausura. Es por esta razón que se difunde la orden y la devoción carmelitana por el continente americano, con el advenimiento de la fe a nuestros territorios, y en este mismo siglo se populariza el uso del escapulario.

Son muchos los prodigios y gracias que ha obrado en favor del pueblo cristiano esta particular devoción a María, especialmente sobre aquellos que han experimentado su abrazo maternal en la prenda del escapulario. Aún hoy son incontables los testimonios de hombres y mujeres laicos que con humilde pero altísima fe, quieren manifestar su pertenencia a la Señora del Carmen y el abandono a su protección, no tan sólo a lo largo del camino de la vida, sino también al momento de pasar a la plenitud de la gloria eterna, mediante el uso cotidiano del hábito marrón y el discreto escapulario.

Este vínculo con María, lejos de ser una superstición temerosa o un simple accesorio, es un compromiso de imitar a aquella que es el modelo de la vida consagrada al servicio de Cristo, en la contemplación de la Palabra y en la entrega generosa a los hermanos.

Para velar por esta intención han surgido agrupaciones con la figura de las así llamadas cofradías o hermandades, que hasta el siglo pasado tenían presencia en nuestra parroquia, y que procuraban el cumplimiento de una serie de compromisos espirituales, formativos y asistenciales. Actualmente, estas devociones han quedado a su cumplimiento personal.

A través de la historia, hasta nuestros días, nuestra Señora del Carmen sigue cuidando maternalmente de nuestras almas, entregándonos la prenda de la Gracia, llamándonos a revestirnos de sus virtudes y dirigiendo nuestra mirada hacia el monte de la Salvación que es Cristo Jesús, el Señor, el Dios y Hombre Verdadero.

El amor a María y la fidelidad al Evangelio siguen suscitando un fervor particular entre tantos cartagineses que cada 16 de julio adornan de marrón nuestra catedral, simbolizando ya no el color de los huérfanos y desprotegidos, sino el de los hijos pequeños y confiados que abandonados a la tierna mirada de nuestra Señora le muestran con orgullo su escapulario confirmando su adhesión, mientras a una voz proclaman: “¡Viva María!, ¡viva el Carmelo!, ¡viva el escapulario prenda del cielo!”

Ignacio Alvarado Sánchez



Patente de la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, Parroquia y Vicaría de Cartago 1955. Perteneció a la Srta. María Concepción Rossi Arias, firma el entonces cura y vicario pbro. Enrique Bolaños.


Los sucesores de Pedro sobre el Escapulario


Pío XII:
«La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales».

Pablo VI:
«Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del Carmen».

Juan Pablo II
lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones, afirmando: «En el signo del escapulario se pone de relieve una síntesis eficaz de espiritualidad mariana que alimenta la vida de los creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el bien de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María. ¡Yo también llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen!».

Benedicto XVI
afirmó: «El escapulario es un signo particular de la unión con Jesús y María. Para aquellos que lo llevan constituye un signo del abandono filial y de confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En nuestra batalla contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su manto».

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