Nuestra Señora del Monte Carmelo:
La presencia maternal de María en la historia de salvación
El monte Carmelo toma su nombre del hebreo Har ha'Karmel (הר הכרמל), que significa “Jardín de Dios”. Son numerosas las referencias que se hace en la Biblia a este lugar, situado en Israel frente al Mar Mediterráneo. Allí el profeta Elías en varias ocasiones dirigió su oración a Dios y habitaba ahí en una cueva que permanece hasta nuestros días. Pero la relación particular de este monte con la Santísima Virgen la podemos encontrar en el primer libro de Reyes, ya que fue escenario de la disputa del profeta Elías con los profetas del falso dios Baal.

Vista panorámica del santuario Stella Maris de la Virgen del Carmen en Haifa, Monte Carmelo en Israel.
Ya desde mucho antes de la venida de Jesucristo, se había establecido en el monte Carmelo una comunidad de fieles que se preparaba para la manifestación del Mesías, y ya en la era cristiana, a partir del siglo IV, muchos cristianos se retiraron a vivir en las cuevas de la montaña un espíritu de austeridad y penitencia. Cerca del siglo XII, un grupo de cruzados latinos se consagraron a vivir allí imitando a la Virgen María, y construyendo una capilla en su honor e invocándole como como Mater et Decor Carmeli (Madre y hermosura del Carmelo), tomaron el nombre de "Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”.

La Virgen del Carmen entrega el escapulario a San Simón Stock, Ignacio Ayala Rodríguez, 1793.
Este vínculo con María, lejos de ser una superstición temerosa o un simple accesorio, es un compromiso de imitar a aquella que es el modelo de la vida consagrada al servicio de Cristo, en la contemplación de la Palabra y en la entrega generosa a los hermanos.
Para velar por esta intención han surgido agrupaciones con la figura de las así llamadas cofradías o hermandades, que hasta el siglo pasado tenían presencia en nuestra parroquia, y que procuraban el cumplimiento de una serie de compromisos espirituales, formativos y asistenciales. Actualmente, estas devociones han quedado a su cumplimiento personal.
A través de la historia, hasta nuestros días, nuestra Señora del Carmen sigue cuidando maternalmente de nuestras almas, entregándonos la prenda de la Gracia, llamándonos a revestirnos de sus virtudes y dirigiendo nuestra mirada hacia el monte de la Salvación que es Cristo Jesús, el Señor, el Dios y Hombre Verdadero.
El amor a María y la fidelidad al Evangelio siguen suscitando un fervor particular entre tantos cartagineses que cada 16 de julio adornan de marrón nuestra catedral, simbolizando ya no el color de los huérfanos y desprotegidos, sino el de los hijos pequeños y confiados que abandonados a la tierna mirada de nuestra Señora le muestran con orgullo su escapulario confirmando su adhesión, mientras a una voz proclaman: “¡Viva María!, ¡viva el Carmelo!, ¡viva el escapulario prenda del cielo!”
Ignacio Alvarado Sánchez

Patente de la Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, Parroquia y Vicaría de Cartago 1955. Perteneció a la Srta. María Concepción Rossi Arias, firma el entonces cura y vicario pbro. Enrique Bolaños.
Los sucesores de Pedro sobre el Escapulario

Pío XII: «La devoción al Escapulario ha hecho correr sobre el mundo un río inmenso de gracias espirituales y temporales».

Pablo VI: «Entre las devociones y prácticas de amor a la Virgen María recomendadas por el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos, sobresalen el rosario mariano y el uso del escapulario del Carmen».

Juan Pablo II lo llevaba siempre consigo y lo recomendó en muchas ocasiones, afirmando: «En el signo del escapulario se pone de relieve una síntesis eficaz de espiritualidad mariana que alimenta la vida de los creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen Madre en su vida. El escapulario es esencialmente un “hábito”. Quien lo recibe queda agregado a la Orden del Carmen, dedicado al servicio de la Virgen por el bien de la Iglesia y experimenta la presencia dulce y materna de María. ¡Yo también llevo sobre el corazón, desde hace mucho tiempo, el escapulario del Carmen!».

Benedicto XVI afirmó: «El escapulario es un signo particular de la unión con Jesús y María. Para aquellos que lo llevan constituye un signo del abandono filial y de confianza en la protección de la Virgen Inmaculada. En nuestra batalla contra el mal, María, nuestra Madre, nos envuelve con su manto».